En
una de las primeras entradas de esta sección, más concretamente sobre R.I.P. de
Felipe Almendros, ya hablamos de la rotura de la viñeta en pos de poblar la
página sin que esta fuese una cárcel de papel para los personajes y para la narrativa
de los autores. Por esas mismas fechas también se publicó una obra que hacía
uso de ese recurso para narrar e incluso para llevarlo un poco más allá, se
trata de El hijo del legionario (Deponent,
2011) de Aitor Saraiba.
Sin
embargo, este autor lleva un poco más allá el hecho de romper con la estructura
clásica del comic utilizando cierta estructura de diario personal dibujado en
bloc de notas haciendo de este título una obra mucho más íntima y a todas luces
más sincera. El trabajo de Almendros y la de Saraiba tienen en común la
relación con el padre y como esta determina la existencia de los
personajes/autores. Sin embargo, en la obra del primero mantiene la preminencia
del bocadillo como forma principal de abordar la narración mientras que el segundo
anota la ilustración, o la ilustra (según como lo veamos). Alejándose también del
libro de ilustraciones creando una historia centrada en lo emocionante del
dibujo conjugado con la nota biográfica.
En El hijo del legionario Saraiba nos
explica como es, y en ocasiones, como deja de ser, la relación con su padre. En
los interludios a esta relación personal, que en realidad son la mayor parte
del relato, vemos la evolución personal, profesional, amorosa y artística del
autor dividide conceptualmente en tres movimientos que se entremezclan unos con
otros, estos son: Introspección, evolución y devolución. Evidentemente una obra
que se define a sí misma como un diario psicográfico es introspección pura en
la que lejos del morbo conocemos la trayectoria personal del protagonista sus
pensamientos y sus debilidades. Sin embargo, también vemos como a través de esa
introspección se genera una evolución que va más allá de la descripción de esos
espacios donde el trauma protagoniza el crecimiento de las personas. Y por
último devolución, esta obra no deja de ser un gran homenaje a las personas que
han poblado la vida de Aitor y creo que
con esos textos y esos dibujos en forma de novela la gráfica les devuelve toda
su gratitud.
En
otras palabras El hijo del legionario
es uno de los slice of life más intensos y emocionantes publicados en los
últimos años en el que el autor demuestra una habilidad inusitada para hacernos
compañeros de vida en tiempo pasado, en ser partícipes de sus amores y
desamores, en ser lectores y espectadores de sus creaciones. Brilla ante todo
la concepción estructural del uso de la página que empuja al lector a sentirse
incluido en una narración y esperando que no finalice nunca y que siga hasta el
fin de los tiempos.
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