La intervención es una de esas
prácticas artísticas que pone al límite le reconocimiento de la función del
artista y hasta qué punto este es el autor único de la obra. La cosa se
complica cuando nos encontramos no solo con un texto de origen, un autor que lo
interviene sino que tenemos un tercero que apoya las intervenciones con textos
que no han sido creados exprofeso para dicha obra final.
Ese es el caso que nos encontramos con
Diario de un oso en París (Borobiltxo
Libros, 2013) de Michele Siquot Bertotto, este título es ante todo un juego
visual que expande tanto el concepto de cómic como el de ilustración, quedándose
en tierra de nadie pero bebiendo de todos los formatos posibles para elaborar
un discurso que enfrenta la modernidad de su propuesta con lo arcaico de los
espacios que aparecen en esta obra.
Pero vayamos por partes, ¿Qué elementos
la componen? En primer lugar unas postales de principio de siglo pasado de la
capital francesa que han sido intervenidas por la autora, y que nos muestran el
viaje imaginario de un oso y su amigo, un pollo. Y en tercer lugar unos extractos
del diario de viaje de Marta Bertotto, madre de la autora, de cuando esta
realizo un viaje por Europa en 1949.
La intervención que la autora realiza nos
invita a recorrer con la mirada de manera desprejuiciada esas postales “retocadas”
en busca de las huellas de la intervención creando una narración a tres
niveles: lo que nos explica la postal en sí misma, esa imagen hierática de ese
París de cuento, y de esa monstruosidad construida en honor a lo bello, que no
a lo sublime, que es el palacio de Versalles que se enfrenta en un segundo
nivel a la intervención de la autora; la disposición de los personajes que nos
conducen a través de los diferentes espacios y estancias del palacio, así como
la redecoración que realiza del mismo. En un tercer nivel, integrando los
textos reales de la madre de la autora, escritos cuando esta tenía catorce
años, es como se refuerza de manera definitiva este título como un pequeño
cuento, que empieza y que acaba pero que invita a ser revisitado una y otra
vez.
Quizás la idea sea mucho más básica de
lo que parece, pero no por ello pierde efectividad, el trabajo de Siquot
consiste en escribir en los márgenes, algo que todos hemos hecho alguna vez,
salvo que lo que nos encontramos aquí es una intencionalidad clara y definida. Diario de un oso en París es un bonito
experimento para aquellos que les gusta explorar las fronteras de la narrativa
gráfica.
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