La verdad es que tengo un vago
recuerdo de la música de Jean Michel Jarre; sin embargo, sí que me viene a la
cabeza algunas imágenes de sus conciertos en las que recuerdo al músico francés
frente a miles de personas ante sus teclados como si fuese una especie de
chaman-científico tratando de invocar algo a través de la música y la energía de
su audiencia.
Esa idea se ha acentuado tras la
lectura de Esperando a Jean Michel (Apa Apa, 2013) de Chema Peral, sobre todo
la de la persona más allá del personaje público. El autor se ha imaginado un
Jean Michel Jarre como un músico transmutado en un paracientífico cuya ciencia
es la música. Pero esta obra lejos de convertirse en una hagiografía del músico
francés se sitúa en el terreno de la reimaginación de las estrellas del pop, y
aquí el autor se decide por representar a un personaje muy dulce con una misión
muy sencilla: hacer feliz a la gente con su música. Siendo esta una especie de
hilo conductor a través de los tiempos y de las diferentes dimensiones capaz de
traer a personas de otro momento de la historia a su laboratorio musical.
Me quedo con dulce como adjetivo para
definir este relato sobre las relaciones que surgen entre los seres humanos a
través de la intemporalidad que ofrece el discurso musical; dulce por las
formas de los personajes como por la forma en que está narrado y por la manera
en que los personajes se relacionan entre sí.
Chema Peral nos trae un relato que se
mueve entre dos tiempos, o mejor dicho en dos presentes, porque en ningún
momento da la sensación de que exista una distinción entre presente, pasado y futuro,
y realmente nos da igual. Dos presentes en el que en cierto momento confluyen,
algo que ya sucedía en Dictadores aunque
esta vez con diferente resultado, son cosas de la grapa y de aprovechar las
ventajas narrativas que esta ofrece (y que parece que los autores que publican
con Apa-Apa saben aprovechar muy bien)
Pero no solo eso, en este relato sobre
confluencias temporales la utilización de colores que aparece en la portada es
premonitoria: azul y naranja. Azul para el tiempo presente del músico francés y
naranja para Andrea, conjugándose cuando ambos cohabitan en el mismo espacio
tiempo. La desaturación de los colores elegidos sirve para acentuar esa idea de
lo dulce abonado a este relato de encuentros y búsquedas de espacios que se
desarrollan a partir de las emociones de los dos personajes principales. En el
que el creador y su audiencia, esta vez reducido a una sola persona, se unen en
una comunión en la que no pueden existir el uno sin el otro.
Todo esto se traduce en otro acierto
de la editorial para su colección Grapa-Grapa, habrá que esperar a ver qué es
lo próximo que nos ofrecen.
@Mr_Miquelpg
@Mr_Miquelpg
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