Más de una vez hemos
comentado en este espacio las posibilidades que nos ofrece la hibridación de
géneros, la opción de romper las barreras entre los géneros, mucho más débiles
y difusas de lo que pudiera parecer a simple vista, y crear relatos que se
sustentan en la amalgama, ya sea esta la provocada por mezclar western y
ciencia-ficción o aventuras y terror. Pues al final, todas las historias
responden al mismo esquema, unos personajes dentro de una trama, siendo los
géneros poco más que agrupaciones de posibilidades dentro de dichos relatos.
Otra cosa diferente es ya
el abandono del género en pos de la llamada obra de autor. En este caso, habría
que discutir un poquito más, pues realmente es muy difícil crear una obra al
margen de cualquier género, ya que el universo en la misma medida que tiende a
destruirse, tiene la misma predilección, de forma esquizofrénica, de ordenarse
y encauzarse. Como prueba de esto sólo hay que ver como las llamadas obras de
autor en cierta medida han terminado por conformarse como un género propio,
hasta el punto de que han desarrollado sus propios estilemas, los cuales van
desde el ritmo de narración hasta los propios personajes y temas que
protagonizan dichas obras. No voy ahora a abrir ningún debate entre el género y
el autor, pues creo que cada obra debe ser defendida por ella misma, al margen
de pertenencia o afiliación a un movimiento artístico o cultural.
En todo caso, es cierto
que se ha levantado una especie de muro entre el género y la obra de autor, un
enorme océano que divide en gran medida a los consumidores. Si nos ponemos en
la piel de un experto en estudios culturales, diríamos que actualmente los nerds y los hipsters se enfrentan con dos concepciones diferentes. Ninguno de
los dos tiene razón, ya que como la inmensa mayoría de las posiciones
extremistas, caen en dos errores imperdonables: por definirse por oposición a
sus diferentes y por practicar una nula exigencia con las obras y autores pertenecientes
a su grupo. La creación cultural, más allá de la mera plasmación artística,
debe estar por encima de filias y fobias, siendo un combate desigual entre el
autor, por si mismo, enfrentado a toda la sociedad.
Aquí entra el fantástico
Jason, un autor de cómic noruego afincando en Francia que roto las barreras no
entre los géneros, sino entre concepciones aislacionistas de la cultura. Si
prestamos un mínimo de atención a dos obras del autor, como son Yo mate a Adolf Hitler y Los hombres lobos de Montpellier,
asistiremos a un ejercicio magistral en el que la llamada obra de autor se
mezcla con el género más puro. Los argumentos de ambas obras parten de
argumentos puramente de género, en la primera un científico crea una máquina
del tiempo, la cual planea utilizar para matar al líder fascista alemán;
mientras que en la segunda, un ladrón que se disfraza de hombre lobo para
asustar a sus víctimas deberá enfrentarse al enfado de una cofradía de
auténticos hombres lobos.
Estas dos obras, como
buena parte de la bibliografía de Jason, parten de una premisa de género que se
va diluyendo y mezclando con un tono casi de slice of life, en el que asistimos a la vida cotidiana de sus
personajes, los cuales a pesar de tener que desplazarse temporalmente para matar
a un dictador o enfrentarse a una organización de licántropos, se enamoran de
forma torpe o van a fiestas donde tienen conversaciones triviales. Este
costumbrismo es uno de los mayores aciertos de Jason, ya que humaniza totalmente
a sus protagonistas, lo que termina impregnando a la obra de cierto sentido del
humor melancólico y fatalista, ya que sus héroes son completamente humanos,
hasta el punto de que cometen errores triviales o sienten timidez ante las
situaciones más cotidianas.
Tras leer Los hombres lobos de Montpellier o Yo maté a Adolf Hitler nos damos cuenta que
a pesar de tratar temas tan fantásticos, la obra de Jason rezuma verosimilitud,
ya que si realmente nos pusiéramos en dichas situaciones, lo más probable es
que nos comportáramos como los personajes de Jason. Porque el hecho de que unos
hombres lobos te quieran asesinar no le va a restar importancia a la angustia
que te provoca estar enamorado en silencio de tu mejor amiga. En cierto
sentido, se podría decir que Jason abre una tercera vía entre el género más
puro y la autoría más refinada, aunque todo caso debería verse como una opción
magistralmente trabajada por el autor, y nunca como un marco ideal al que deberían
derivar todos los creadores. Al final hablamos simplemente de obras y público,
una comunicación directa que no debería mancillarse por etiquetas o luchas estériles.
Si no te gusta una obra no le des más oportunidades al autor, no malgastes
tiempo criticando o atacando. Aunque si no te gusta Jason es que tienes un
problema.
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