La
memoria es una función cerebral que a pesar de lo cognitivo de su proceso es,
ha sido y será motivo y tema de las artes creativas. Sobre todo en lo referente
a su vertiente más nostálgica: el pasado. Sin embargo, la memoria del ser
humano no es ni lineal ni fotográfica; el hombre, como especie, sesga sus
recuerdos en función de las sensaciones y los sentimientos experimentados en el
momento de la vida que trata, o intenta, evocar. Aunque muchas veces ese sesgo
transforma el pasado de cada uno de nosotros, traicionándonos llegando al punto
de padecer el síndrome del falso recuerdo, por el cual a pesar de tener muchos
recuerdos de un momento determinado de nuestra vida pueden ser todos falsos o
poco relacionados con la realidad.
En
esas lides nos encontramos con la descripción y revisión de una infancia anodina
en La torre blanca (Edicions de
ponent, 2010-2ª edición) de Pablo Auladell un texto que se refiere en dos
tiempos a un personaje que vuelve al lugar donde pasaba las vacaciones cuando
era pequeño. Pasado y presente se conjugan para elaborar un relato en el que la
única verdad se dibuja en blanco y negro y el color sire para desdibujar un
pasado no tan cierto como lo pudiera parecer en un primer momento.
La
torre blanca que da título a esta obra es a la vez un lugar físico y figurado.
Un espacio que identifica un pasado figurado basado en un recuerdo deseado pero
leve en el que el protagonista es incapaz de abrazar sus anhelos amorosos. Lo
físico del edificio dibuja una certeza, la de un presente basado en un pretérito
“hackeado” en el que ese viajero del pasado no deja de buscar las referencias
en el presente en una infancia remota que se desvanece en la misma búsqueda de
esta.
Este
viaje al pasado tratado en el apartado estético-narrativo a través de una
bipolaridad en el tratamiento del dibujo y el color. Si la infancia es
recordada como un espacio-tiempo en el que los adultos desaparecen y en el que
todo parece ser diversión, o eso parece, la soledad del personaje se ve
tamizada por el uso del color, adormeciendo así la soledad que este sufría
cuando era pequeño. En cambio el presente se significa a través de la ausencia
de eso que suele caracterizar lo jovial de los veranos: el color. Sin color
queda el blanco y negro y los matices de gris que implican una búsqueda vacua,
y dura en el que la certeza viene dada por un unicornio imaginario que es el
único que cuestiona el pasado del protagonista. El blanco y negro dibuja un espacio
sin niños en el que la torre blanca que aparece como casi deshabitada, recoge
en realidad el espacio de la memoria del niño-adulto incapaz de ver la realidad
que le rodea.
La torre blanca de
Pablo Auladell es una obra de obligada revisión, un ejemplo de la utilización
del color y de la narración fragmentada en pos de un relato que apuesta por la
no-nostalgia como punto fuerte y en la que el autor combina diferentes técnicas
de dibujo en la elaboración de un relato que busca describir a través de la
sinestesia de los lugares del pasado.
@Mr_Miquelpg
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