jueves, 12 de julio de 2012

El sótano del primo Barto: Diseño, erotismo y muertos vivientes

La mixtura entre horror y otros géneros ya ha sido tratada aquí, mezclando el terror con otros géneros como la aventura o la comedia. Una de estas mezclas que más éxito suele tener es la mezcla entre el horror y el erotismo, como vimos en en la obra dedicada a Elizabeth Bathory. Sin embargo, existen más tendencias a parte de ese erotismo sensual contaminado por el horror, ya que podemos encontrar otra tendencia en la que la sexualidad no está contaminada por el horror, sino que directamente participa en su juego al mismo nivel, convirtiéndose en una fuente más de angustia y malestar.

Es un principio básico de la Estética que no se debe confundir lo bello con lo bonito, ya que la belleza es más compleja y puede ir más allá de un aspecto exterior. Quizás, del mismo modo no deberíamos caer en la trampa de confundir lo horrible con lo feo, pensando que el mal solo puede anidar en lo que visiblemente parece corrompido. En cierto sentido, lo bonito ha entrado mejor en el horror que lo feo en la belleza, solo basta recordar toda la tradición vampírica moderna, donde en mayor o menor medida, las sanguijuelas son malvadas pero también atractivas, muchas veces tan atractivas que su aspecto es su principal arma, trayendo el horror desde la atracción en lugar desde la violencia.

Pero esta no es la única forma de mezclar belleza y horror, ya que la belleza corrompida es solo una opción más. Otra, quizás más interesante, es mostrar la belleza directamente y por si misma fuente de terror, más si la mezclamos con erotismo. Este es el caso de la obra Cinderalla, de la mangaka Junko Mizuno. Cinderalla, como su nombre indica, es una adaptación del clásico cuento de la Cenicienta, aunque con notables licencias artísticas al servicio de la obra. En el cómic de Junko Mizuno visitamos un extraño mundo de fantasía naïf donde abundan detalles macabros y sexuales sin que nadie parezca sobresaltarse demasiado, lo que no puede más que descolocar al lector que no sabe muy bien como reaccionar, ya que ha sido entrenado para sentir malestar ante tales conceptos.

La trama de Cinderalla es tremendamente sencilla, una chica y su padre regentan un popular bar de yakitori, brochetas de pollo japonesas, hasta que éste muere, momento en el que Cinderalla decide hacer que su padre vuelva de la muerte para que le cuente la receta de su salsa secreta. El padre vuelve como un zombie, aunque le trae a su hija una madrastra y dos hermanastras que le harán la vida imposible. Además, por allí pasan una rata parlante, una aprendiz de hada y un atractivo zombie a lomos de una tortuga. Por si esto fuera poco, a los personajes les encanta ir desnudos y comer cabezas de pollitos. Sin embargo, por encima del guión de Junko Mizuno se colocan dos características más notables, por un lado el planteamiento bizarro de los temas, y por otro el acabado visual, muchísimo más cercano al mundo de la ilustración infantil y el underground, donde la autora se mueve como pez en el agua, que al manga clásico, debido a que el grueso de su carrera se compone de ilustraciones y diseños para moda, merchandising o productos musicales. Podríamos definir el estilo de Junko Mizuno como cercano al de Hideshi Hino, aunque mucho más enfocado a tendencias como las gothic lolitas o las pop idols.

Cinderalla encuentra un perfecto equilibrio entre las dos pulsiones básicas del hombre: el sexo y la muerte, actos últimos de las dos principales fuerzas del universo, la creación y la destrucción. Lo curioso es que esta mezcla nos deja en un punto extraño de desconcierto donde ambos conceptos se diluyen hasta casi desaparecer, asistiendo como lectores a un universo donde lo bello y lo horrible han perdido sus coordenadas de anclaje. El cómic de Junko Mizuno es casi una obra filosófica sin quererlo, pero antes que eso es una obra de arte con personalidad y consciente, tanto en lo temático como en lo estético, de la época en la que ha sido creada.


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