La mixtura entre horror y otros géneros
ya ha sido tratada aquí, mezclando el terror con otros géneros como
la aventura o la comedia. Una de estas mezclas que más éxito suele
tener es la mezcla entre el horror y el erotismo, como vimos en en la
obra dedicada a Elizabeth Bathory. Sin embargo, existen más
tendencias a parte de ese erotismo sensual contaminado por el horror,
ya que podemos encontrar otra tendencia en la que la sexualidad no
está contaminada por el horror, sino que directamente participa en
su juego al mismo nivel, convirtiéndose en una fuente más de
angustia y malestar.
Es un principio básico de la Estética
que no se debe confundir lo bello con lo bonito, ya que la belleza es
más compleja y puede ir más allá de un aspecto exterior. Quizás,
del mismo modo no deberíamos caer en la trampa de confundir lo
horrible con lo feo, pensando que el mal solo puede anidar en lo que
visiblemente parece corrompido. En cierto sentido, lo bonito ha
entrado mejor en el horror que lo feo en la belleza, solo basta
recordar toda la tradición vampírica moderna, donde en mayor o
menor medida, las sanguijuelas son malvadas pero también atractivas,
muchas veces tan atractivas que su aspecto es su principal arma,
trayendo el horror desde la atracción en lugar desde la violencia.
Pero esta no es la única forma de
mezclar belleza y horror, ya que la belleza corrompida es solo una
opción más. Otra, quizás más interesante, es mostrar la belleza
directamente y por si misma fuente de terror, más si la mezclamos
con erotismo. Este es el caso de la obra Cinderalla,
de la mangaka Junko Mizuno. Cinderalla,
como su nombre indica, es una adaptación del clásico cuento de la
Cenicienta, aunque con
notables licencias artísticas al servicio de la obra. En el cómic
de Junko Mizuno visitamos un extraño mundo de fantasía naïf donde
abundan detalles macabros y sexuales sin que nadie parezca
sobresaltarse demasiado, lo que no puede más que descolocar al
lector que no sabe muy bien como reaccionar, ya que ha sido entrenado
para sentir malestar ante tales conceptos.
La
trama de Cinderalla es
tremendamente sencilla, una chica y su padre regentan un popular bar
de yakitori, brochetas de pollo japonesas, hasta que éste muere,
momento en el que Cinderalla decide hacer que su padre vuelva de la
muerte para que le cuente la receta de su salsa secreta. El padre
vuelve como un zombie, aunque le trae a su hija una madrastra y dos
hermanastras que le harán la vida imposible. Además, por allí
pasan una rata parlante, una aprendiz de hada y un atractivo zombie a
lomos de una tortuga. Por si esto fuera poco, a los personajes les
encanta ir desnudos y comer cabezas de pollitos. Sin embargo, por
encima del guión de Junko Mizuno se colocan dos características más
notables, por un lado el planteamiento bizarro de los temas, y por
otro el acabado visual, muchísimo más cercano al mundo de la
ilustración infantil y el underground, donde la autora se mueve como
pez en el agua, que al manga clásico, debido a que el grueso de su carrera se compone de ilustraciones y diseños para moda, merchandising o productos musicales. Podríamos definir el estilo
de Junko Mizuno como cercano al de Hideshi Hino, aunque mucho más
enfocado a tendencias como las gothic lolitas o las pop idols.
Cinderalla
encuentra un perfecto equilibrio entre las dos pulsiones básicas del
hombre: el sexo y la muerte, actos últimos de las dos principales
fuerzas del universo, la creación y la destrucción. Lo curioso es
que esta mezcla nos deja en un punto extraño de desconcierto donde
ambos conceptos se diluyen hasta casi desaparecer, asistiendo como
lectores a un universo donde lo bello y lo horrible han perdido sus
coordenadas de anclaje. El cómic de Junko Mizuno es casi una obra
filosófica sin quererlo, pero antes que eso es una obra de arte con
personalidad y consciente, tanto en lo temático como en lo estético,
de la época en la que ha sido creada.
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