Cuando hablamos del horror, lo hacemos
desde el punto de vista del entretenimiento, es un género que trata
sobre lo horrible, el miedo y el sufrimiento, pero su finalidad
última es entretenernos, como hemos dicho muchas veces, divertirnos
pasándolo mal. Sin embargo, el propio horror tiene unas fuertes
raíces clavadas en la realidad, muchas veces es referencia a mitos y
medias verdades en las que se mezclan las leyendas con la historia,
pero otras, el origen del mal es una representación real de algo que
existe de forma física. Ya tratamos en parte el tema con Nietzsche,
cómic en el que asistíamos a un fresco sobre la locura de un hombre
que encierra su propia mente en una cárcel vigilada por monstruos y
otros extraños seres.
Pero en el ejemplo anterior no dejamos
de asistir a una ficcionalización de la realidad en el sentido de
que la locura interna presenta numerosos problemas a la hora de
transcribirse en una obra de ficción, ya sea una frase, una viñeta
o un fotograma. El verdadero horror de nuestro mundo se esconde en la
crónica, en la descripción de hechos atroces que no pueden más que
hacer que nos avergoncemos por ser seres humanos y nos escondamos
bajo la cama temerosos de que ese horror sin sentido ni sensibilidad
nos roce. En la crónica encontramos el mayor horror porque su única
finalidad es el horror, la auténtica crónica no busca más que la
exposición de hechos y datos, vaciando al terror de explicaciones y
excusas.
A la hora de representar el horror, la
mayoría de los autores que aspiran a ser cronistas suelen dirigir su
mirada hacia el mayor de los sinsentidos humanos, la guerra. El mundo
del cómic tiene muchísimos ejemplos de obras enfocadas hacia los
conflictos bélicos, pero me gustaría centrarme en dos textos que
guardan muchísimas similitudes en su origen. Las obras son
Persépolis de Marjane
Satrapi, y Bye Bye Babilonia de
Lamia Ziadé. Las dos obras cuentan sendos importantes
acontecimientos del siglo XX, la primera se centra en la revolución
islámica de Irán, y la segunda coloca su foco en la guerra del
Líbano. Pero la principal similitud entre las dos obras
autobiográficas son sus focos, ya que ambas cuentan el conflicto
desde el punto de vista de una familia acomodada que se encuentra en
mitad del caos de la noche a la mañana.
Persépolis
es una obra mucho más conocida, en parte por su adaptación
cinematográfica, pero en parte es una obra fallida si la comparamos
con Bye Bye Babilonia.
Marjane Satrapi trata de realizar un cómic centrado en el horror
desde un planteamiento plástico naïf e infantilizado, pero para su
desgracia, la obra termina cayendo en un slice of life
más con la peculiaridad de un transfondo mucho más original. Por su
parte, Lamia Ziadé llega mucho más lejos partiendo de la misma
idea, ya que su obra rebaja el acabado gráfico y la presentación
hasta convertirse en una obra para niños, casi un libro infantil si
no fuera por las explosiones y los cadáveres dibujados.
Tanto
Persépolis como Bye
Bye Babilonia tienen un importante
valor de testimonio, pero mientras el primero es una autobiografía
en toda regla, centrada en como su protagonista ve el mundo, el
segundo es un tomo rotundo donde el punto de vista infantil no sirve
para nada más que desnudar la verdad hasta dejarla en lo más simple
y puro. Bye Bye Babilonia es
un dedo amputado cubierto con el envoltorio de un caramelo.
Persépolis cuenta con
numerosos aciertos que lo convierten como mínimo en un cómic
notable que cualquier seguidor del medio debería disfrutar. Bye
Bye Babilonia es una obra de lectura
casi obligada para cualquiera, ya que tiene esa escasa habilidad de
crear arte desde el más puro horror, siendo capaz de hacer florecer
algo incuestionablemente bueno en mitad de las mayores atrocidades.
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