La
semana pasada hablamos sobre el horror primigenio y básico defendido
por autores como Lovecraft, aunque es evidente que dicho terror se
puede matizar, ampliándose y reduciéndose. El famoso ejemplo de
Lovecraft, el paseo nocturno por un bosque apartado, es fácilmente
modificable gracias a la propia naturaleza social del ser humano. Es
evidente que si dicho paseo lo realizamos solo, el terror estará
presente de forma inequívoca. Pero si por el contrario, formamos
parte de un grupo de personas, tenemos dos posibilidades: o la
compañía anula el miedo o lo agudiza. Muchas veces hemos vivido
entre risas una situación acompañados de unos amigos, que en
soledad hubiera sido angustiosa. Del mismo modo que numerosas veces
una situación normal toma un cariz aterrador cuando el miedo se
expande como un virus contagioso y violento.
La
propia compañía es una catalizador de las emociones, disparándolas
hacia todas las coordenadas posibles. Sin embargo, no debemos
olvidar, que aunque entre todos nos aumentemos el miedo, la mera
compañía es un bálsamo, ya sea por la sensación de protección o
por el consuelo de no sufrir en soledad. Pues aunque la expansión
del miedo entre individuos pueda aumentar la histeria, solo en
soledad podemos vivir el horror más puro, donde la simpleza se
vuelve de dimensiones inconmensurables y el terror raya la locura. No
es de extrañar por esto, que la mayoría de los protagonistas de
Lovecraft sufrieran sus aventuras en solitario.
La
simple soledad puede ser considerada fuente de horror, además de
contar con el añadido de que al no existir fuente de la angustia más
allá de la propia carencia de interacción con otros individuos. Nos
encontramos ante un horror perfecto en el que no existen monstruos o
peligros más allá de nosotros mismos y nuestro propio aislamiento.
Podemos encontrar esta reflexión en el cómic Entre
las sombras
de Arnaud Boutle. A primera vista, la obra del autor francés podría
englobarse dentro del género apocalíptico, sin mayor trascendencia.
Pero nos encontramos con una serie de aciertos que elevan la obra un
peldaño por encima de la media. El propio apocalipsis presentado por
Arnaud Boutle se despega del grueso de los tópicos al centrarse en
una especie de explosión natural que ha dejado una gran ciudad
europea convertida en una selva donde solo queda un hombre solitario,
que trata de llevar poco a poco su día a día.
El
lector no conoce ni los motivos de ese fin del mundo ni la causa de
la supervivencia del protagonista, que no tiene más problemas que
encontrar comida y refugio. Lo mejor de Entre
las sombras
es la progresión mental de su héroe, que poco a poco va cayendo en
una locura agónica al mezclarse su soledad con los recuerdos del
pasado. Quizás, aunque esto sea un acierto, por sobredimensión,
desperdicia parte de su valor, ya que Arnaud Boutle se pierde en una
serie de flashbacks que no aportan demasiado a la historia y la
anclan en clichés demasiado manidos, empleados quizás para atar a
un lector menos experimentado.
Otro
fallo de la obra es sin duda el final de la misma, ya que pasamos de
una evolución lógica e interesante del protagonista a un giro final
gratuito e ilógico al servicio del final feliz, o al menos
optimista. Sin ninguna duda, Entre
las sombras
cuenta con más aciertos que fallos, lo que sitúa el cómic de
Arnaud Boutle en una buena posición, tanto por su valor en si mismo
como posible punta de lanza para otros autores que quieran explorar
realmente y sin concesiones la verdadera angustia y horror de la
soledad sin paliativos.
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