La fascinación por el horror de la
sociedad humana es de tal envergadura que todas las generaciones
parecen empeñadas en crear sus propios mitos. Evidentemente, no
todos estos mitos pasan a formar parte del conocimiento colectivo,
perdiéndose muchas creaciones terroríficas, que no supieron ser lo
suficientemente horrendas o atrayentes. Las que si consiguieron
quedarse, se fueron diluyendo lentamente hasta pasar de la ficción a
ese extraño subconsciente colectivo en el que todo se mezcla y
cualquier posibilidad debe ser tomada en cuenta.
Esta historia del horror que con el
tiempo se vuelve familiar mezcla sin problemas historia y literatura,
hasta crear un marco intermedio en el que el horror habita la duda.
De este modo, por ejemplo, podemos señalar las figuras de terror de
la Inglaterra Victoriana, un auténtico caldo de cultivo para lo
espantoso. Figuras como Jack el destripador o Sweeney Todd se
presentan hoy como figuras casi reales, protagonistas de una duda que
nos gusta visitar para asustarnos. El caso de Jack el destripador
puede estar más cercano a la realidad, pero es indudable que su
leyenda y fascinación va más allá de un asesino anónimo que acabó
con la vida de cinco prostitutas. Si nos referimos a Sweeney Todd, el
origen del personaje es aún más enigmático, ya que no existen
registros de la época de ningún barbero asesino promotor de la
antropofagia, aunque si existen noticias por toda Europa,
principalmente en España, Francia y Alemania, de barberos con
sobresueldos generados por la comercialización de carne humana.
Quizás el origen de estas
transformaciones, cuando no directamente creaciones, de personajes
míticos anclados a la realidad se deba a la necesidad que tenemos de
asustarnos de la forma más convincente, implantando el mayor de los
horrores en la realidad. Repetimos una exageración tantas veces que
al final somos incapaces de separar la historia de la leyenda.
Una de las recreaciones míticas de
personajes históricos que más me ha atraído siempre ha sido la
leyenda de la Condesa Elizabeth Bathory, a la que se presenta muchas
veces como la primera asesina en masa de la historia moderna. Esta
aristócrata, que vivió entre los siglos XVI y XVII en el antiguo
reino de Hungría, se convirtió en la mayor leyenda negra de su
país, hasta el punto de que se prohibió hablar de ella.
Oficialmente, Elizabeth Bathory fue acusada y condenada a reclusión
en su castillo por matar a 37 jóvenes para realizar magia negra, con
rituales entre los que se encontraban baños en sangre de vírgenes.
La leyenda negra eleva la cifra a miles
de muchachas, las cuales fueron torturadas sin límite y desangradas
hasta morir. Lecturas actuales de algunos historiadores defienden que
la caída de Elizabeth Bathory se debió simplemente a intrigas
políticas de la época, ya que los enemigos de la Condesa se
valieron de la fama que se había ganado como ama demasiado estricta
con sus criados. En todo caso, Elizabeth Bathory, quien murió tras
vivir unos años encerrada sin compañía en su castillo, pasó a
engrosar las filas de esos aristócratas demoniacos, a los que
podemos sumar al propio Vlad Tepes, conocido como Drácula; o a
Gilles de Rais, un noble francés que tras luchar junto a Juana de
Arco se interesó por la nigromancia y los sacrificios humanos.
Tras condenar a su familia al
ostracismo y asustar a todas las niñas de Europa del Este, a
Elizabeth Bathory solo le faltaba un paso para entrar en el panteón
del horror, convertirse en una estrella de la cultura popular.
Actualmente, Elizabeth Bathory protagoniza infinidad de obras, desde
pesadillas en la que prácticamente es un demonio que se alimenta de
presas vivas, hasta revisiones en las que se la presenta como una
feminista culta y adelanta a su tiempo. Estas representaciones
actuales de Elizabeth Bathory llegan a todos los medios, incluido
como no el cómic, aunque a eso ya le dedicaremos un poco de tiempo
la semana que viene.
Elizabeth Bathory, la condesa sangrienta, de Pascal Croci y Françoise-Sylvie Pauly
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