jueves, 28 de junio de 2012

El sótano del primo Barto: Las niñas de la guerra

Cuando hablamos del horror, lo hacemos desde el punto de vista del entretenimiento, es un género que trata sobre lo horrible, el miedo y el sufrimiento, pero su finalidad última es entretenernos, como hemos dicho muchas veces, divertirnos pasándolo mal. Sin embargo, el propio horror tiene unas fuertes raíces clavadas en la realidad, muchas veces es referencia a mitos y medias verdades en las que se mezclan las leyendas con la historia, pero otras, el origen del mal es una representación real de algo que existe de forma física. Ya tratamos en parte el tema con Nietzsche, cómic en el que asistíamos a un fresco sobre la locura de un hombre que encierra su propia mente en una cárcel vigilada por monstruos y otros extraños seres.

Pero en el ejemplo anterior no dejamos de asistir a una ficcionalización de la realidad en el sentido de que la locura interna presenta numerosos problemas a la hora de transcribirse en una obra de ficción, ya sea una frase, una viñeta o un fotograma. El verdadero horror de nuestro mundo se esconde en la crónica, en la descripción de hechos atroces que no pueden más que hacer que nos avergoncemos por ser seres humanos y nos escondamos bajo la cama temerosos de que ese horror sin sentido ni sensibilidad nos roce. En la crónica encontramos el mayor horror porque su única finalidad es el horror, la auténtica crónica no busca más que la exposición de hechos y datos, vaciando al terror de explicaciones y excusas.

A la hora de representar el horror, la mayoría de los autores que aspiran a ser cronistas suelen dirigir su mirada hacia el mayor de los sinsentidos humanos, la guerra. El mundo del cómic tiene muchísimos ejemplos de obras enfocadas hacia los conflictos bélicos, pero me gustaría centrarme en dos textos que guardan muchísimas similitudes en su origen. Las obras son Persépolis de Marjane Satrapi, y Bye Bye Babilonia de Lamia Ziadé. Las dos obras cuentan sendos importantes acontecimientos del siglo XX, la primera se centra en la revolución islámica de Irán, y la segunda coloca su foco en la guerra del Líbano. Pero la principal similitud entre las dos obras autobiográficas son sus focos, ya que ambas cuentan el conflicto desde el punto de vista de una familia acomodada que se encuentra en mitad del caos de la noche a la mañana.

Persépolis es una obra mucho más conocida, en parte por su adaptación cinematográfica, pero en parte es una obra fallida si la comparamos con Bye Bye Babilonia. Marjane Satrapi trata de realizar un cómic centrado en el horror desde un planteamiento plástico naïf e infantilizado, pero para su desgracia, la obra termina cayendo en un slice of life más con la peculiaridad de un transfondo mucho más original. Por su parte, Lamia Ziadé llega mucho más lejos partiendo de la misma idea, ya que su obra rebaja el acabado gráfico y la presentación hasta convertirse en una obra para niños, casi un libro infantil si no fuera por las explosiones y los cadáveres dibujados.

Tanto Persépolis como Bye Bye Babilonia tienen un importante valor de testimonio, pero mientras el primero es una autobiografía en toda regla, centrada en como su protagonista ve el mundo, el segundo es un tomo rotundo donde el punto de vista infantil no sirve para nada más que desnudar la verdad hasta dejarla en lo más simple y puro. Bye Bye Babilonia es un dedo amputado cubierto con el envoltorio de un caramelo. Persépolis cuenta con numerosos aciertos que lo convierten como mínimo en un cómic notable que cualquier seguidor del medio debería disfrutar. Bye Bye Babilonia es una obra de lectura casi obligada para cualquiera, ya que tiene esa escasa habilidad de crear arte desde el más puro horror, siendo capaz de hacer florecer algo incuestionablemente bueno en mitad de las mayores atrocidades.


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