Las dos primeras obras que leí de Neil
Gaiman y Dave McKean fueron Violent Cases
y Mr. Punch, una
detrás de otra, no podía ser de otra forma debido a lo fascinante
de su trabajo. Ni siquiera sé cual leí primero, solo sé eso, que
una me maravilló y me lancé de lleno a la otra. Sin embargo, para
mi desgracia no he vuelto a leer nada de dichos autores que se
acerque al nivel de los dos cómics mencionados. Esto no lo digo
porque el resto de su producción, ya sea en conjunto o separados,
sea mala, sino que resultan inferiores de forma ofensiva si las
comparamos con estas dos primeras obras magistrales tanto por su
guión como apartado artístico.
Con
posteridad, los dos autores han trabajado de diversas maneras el
género de terror o fantástico, incluso la obra Sandman
de Neil Gaiman es considerada por mucho como una de las mejores obras
de la pasada década de los noventa. Sin embargo, ninguna se acerca a
las cotas de Violent Cases
y Mr. Punch, unos
cómics en los que lo fantástico y lo tenebroso se tocan de forma
tangencial pero con una rotundidad tan certera que no podemos más
que colocarlas en un altar. Los dos cómics comparten esa base del
horror que tantas veces hemos comentado aquí, las experiencias
traumáticas durante la infancia, lo que provoca que actos desde el
punto de vista adulto en apariencia normales se conviertan en
horrores casi innombrables.
En el
caso de Mr. Punch
asistimos a una revisitación de la historia de títeres más clásica
de toda Europa en su versión anglosajona, mientras que el caso de
Violent Cases es aún
más liviano, ya que a la propia infancia se le añade el valor de la
propia memoria, pasando esos recuerdos de la niñez por una reflexión
adulta que trata de reconstruir algo que quizás no llegó a suceder.
Lo más curioso de los casos de Mr. Punch y
Violent Cases es que
los guiones de Neil Gaiman son bastante livianos, huyendo de
complejas estructuras llenas de personajes complejos, giros
inesperados o siquiera un final de infarto. En su lugar, Neil Gaiman
selecciona con cuidado unas pinceladas concretas para crear un
escenario único que tras su lectura provoca más una sensación de
experiencia compartida que la sensación de haber sido espectador de
una historia. El trabajo gráfico de Dave McKean apoya esta tendencia
de los guiones con un dibujo que en lugar de buscar un realismo
fotográfico, o si quiera aritmético, el artista opta por un estilo
más psicológico y una narrativa más emocional al servicio de la
historia.
Es
cierto que Neil Gaiman y Dave McKean han creado otras obras que
podrían entrar más de lleno en el género de horror, como su
fantástico cómic ambientado en el universo de Hellraiser,
creado por el novelista Clive Baker. Pero estas dos obras señaladas
poseen la magia de esos textos que en lugar de atacar a la yugular
acarician con suavidad el dorso de una mano, que en lugar de intentar
horrorizar al lector le trasportan a sus propios recuerdos de niñez,
cuando el horror era real y estaba presente en el día a día, algo
que con el paso de los tiempos se va difuminando, asustándonos cada
vez menos a medida que se rompe nuestra unión con el mundo mágico.
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