En El
horror sobrenatural en la literatura,
Lovecraft llega a la conclusión de que toda obra de terror se basa
en el miedo a lo desconocido, a lo que no podemos comprender. En un
estudio más reciente, Filosofía
del terror o paradojas del corazón,
de Noël Carroll, se presenta el horror como una mezcla entre miedo y
repulsión, algo que no representa solo un peligro para nuestra
integridad física, sino también un auténtico reto para nuestra
cordura o templanza. Ambos autores coinciden en un principio básico
a la hora de definir el horror, y es que siempre va más allá,
afectándonos tanto al corazón como a nuestro cerebro.
El ejemplo
más clásico es el presentado por Lovecraft en su estudio, la
oscuridad que se extiende más allá de las luces de la civilización.
Pensemos en un paseo nocturno por un frondoso bosque, en la más
oscura de las noches sin luna y sin nada que nos alumbre.
Posiblemente comencemos nuestro camino sin problemas, somos personas
racionales y sabemos que no nos puede pasar nada, es más, estamos en
una zona donde ni siquiera hay lobos u osos, no existe ninguna
criatura que pueda causarnos el más mínimo daño. Así que andamos
tranquilamente, pero al poco escuchamos el crujir de una rama a una
distancia indeterminada, puede que proviniera de nuestra espalda o de
algún lugar a nuestra izquierda. No pasa nada, será un conejo o una
ardilla, aunque sea un ciervo o un zorro tampoco nos va a hacer nada,
seguro que tiene más miedo él de nosotros que nosotros de él. Sí,
seguro. A partir de ese momento andamos más rápido, nuestro pulso
ha aumentado y nuestra respiración es más honda. Al final llegamos
a nuestro destino, nos protegemos bajo el halo protector de una
chimenea o una simple bombilla y nos reímos de lo tonto que hemos
sido.
No
podemos ni explicar que nos asustaba, no podríamos por mucho que nos
esforzáramos, pero sin duda había algo en el bosque, algo, que nos
ponía intranquilos y nos hacía dudar de todo. Esa sensación es el
horror. Todo autor que se embarque en el género de terror más puro
aspira simplemente a provocar dicha reacción en su receptor, ni más
ni menos. Después, existen millones de formas de desarrollar ese
planteamiento, desde el videojuego Alan
Wake,
escrito por Sam Lake, hasta la novela La
chica que amaba a Tom Gordon,
de Stephen King, todo círculos sobre el mismo concepto.
Evidentemente, este concepto se puede estirar y da cabida a casi
cualquier obra que podamos haber comentado en este lúgubre rincón,
toda que buscara de forma más pura el terror, así por ejemplo obras
como Elizabeth Bathory, la condesa sangrienta, Agujero negro
o Solo,
por solo citar tres, son cómics con un alto contenido de terror pero
cuyo valor no se encuentra meramente en el miedo a que al
protagonista – o nosotros proyectados en él – sufra el más
mínimo daño, sino que hay algo más que escapa a toda lógica, algo
que obliga al que padece esa locura terrorífica a pararse y gritar
al cielo que no es justo, ya la perversión de la sangre, las
mutaciones imposibles o un reinado de los muertos.
Cuando
hablemos de terror jamás debemos olvidar ese pequeño detalle que
configura todo el género con una entidad propia desde el punto de
vista del consumidor. Siempre hay algo más, en los bosques habitan
más que ardillas, en las alcantarillas puedes encontrar algo más
que ratas y los cementerios no son ningún lugar de reposo. ¿Qué
sería de nosotros sin los hombres lobo, los cocodrilos albinos y los
necrófagos?
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