El apocalipsis es una
obsesión contínua de nuestro tiempo, hasta el punto de que parece no ya que
temamos la llegada del fin de los días, sino que lo esperamos con una ansiedad
más propia de un fan adolescente. Cada vez que se acerca una fecha más o menos
señalada en el calendario como una posibilidad de que todo se vaya al traste,
ya sea el fin del segundo milenio, que mezclaba la simbología cristiana con un
caos tecnológico; o el más reciente apocalipsis maya, con diciembre del 2012
bien marcado en el calendario; la sociedad parece contener la respiración,
cruzando los dedos y susurrando para sí, ésta vez si es la buena. Pero como es
lógico, pasa un día más y el mundo sigue igual de asquerosamente moribundo,
pachucho para algunos y con los dos pies en la tumba para otros. Porque para
tristeza de los milenaristas o survalistas, el mundo no deja de degradarse a un
ritmo constante, superando los grandes terrores que marca la moda, desde la posible
glaciación mundial de los años setenta del siglo pasado hasta el agujero en la
capa de ozono de los noventa o los actuales alimentos transgénicos. Simplemente
estamos esperando el próximo bombazo, the
new big thing que dicen los americanos. Pero ninguna predicción se cumple,
así que todos nos ponemos un poquito triste sin prestar atención a dramas como
la deforestación global, las guerras tercemundistas o el auge de las
enfermedades causadas por la contamiación, ya que son cosas como que menos espectaculares,
a las que no se puede sobrevivir con un rifle de asalto o un sótano lleno de
latas.
Más o menos es este
sentimiento el que encontramos en el cómic El
fin del mundo de Mortimer, con un protagonista obsesionado con dos mundos
de fantasía, su pasado recreado y un apocalipsis que no termina de llegar, dos
planos tan aparentemente aburridos y anodinos que no tiene más remedio que
inventarse un presente lleno de los seres más extraños con tal de no cumplir la
única tarea que se ha encomendado, escribir sus memorias. Lucas, el actor
principal de El fin del mundo, es un
hombre obsesionado con el fin del presente de la forma más dramática posible,
imaginando un final de los días donde se mezclan todas las referencias
posibles, desde el Apocalipsis de San Juan
hasta las lluvias de meteoritos o las invasiones alienígenas. Como es lógico,
ante este panorama Lucas no puede más que dejar registradas sus memorias,
aunque tras el fin de los tiempos no quede nadie para leerlas, aunque su
preocupación llega a tal punto que opta por redactarlas en una vieja máquina de
escribir, no vaya a ser que un pulso electromagnético del apocalipsis le borre
la memoria del ordenador.
Este podría
ser el argumento más simple del cómic de Mortimer, pero como sucede en las
buenas obras, es lo de menos, lo importante es como Lucas a pesar de ser un
obseso con el fin del mundo mantiene todos los defectos de la sociedad actual,
como las necesidades de notoriedad o la vagancia extrema. En este sentido
tenemos como personaje contrapuesto a Lupe, la novia de Lucas, una mujer con
los pies en el suelo que no parece estar demasiado preocupada con el fin del
mundo, limitándose a darle la razón a su novio lo justo para que no moleste sin
sentirse insultado. Pero para que no se quede en un juego de dos, por El fin del mundo circulan más
personajes, de lo más variado y empeñados en ayudar a Lucas en la redacción de
su autobiografía, entre los que encontramos a Dios, la Muerte, un alien o
incluso el propio Satanás, que se muestra como realmente es. Como lectores
podemos dudar sobre si lo que acontece a Lucas es una alucinación de su mente
que se inventa a todos esos personajes, para tener una excusa para no redactar
sus memorias; o si realmente todo sucede de forma literal como vemos en el cómic.
En el fondo poco importa, porque Mortimer construye una historia del día a día
ambientada en los últimos días, en la que ante el propio fin de la existencia
una persona se preocupa más por el mismo y un pasado anodino que por ayudarse a
si mismo o prestar una mano a los demás. Un mensaje triste y desolador, pero que
al menos está presentado con un humor tan blanco y fino como apocalíptico.
@bartofg
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