jueves, 26 de septiembre de 2013

El sótano del primo Barto: El vértigo de meramente existir


Un conocido cómico nacional, con colaboraciones en radio y televisión, sus actuaciones en monólogos y créditos como guionista me explicó una vez lo que para él era un chiste. Nunca me ha parecido que ninguno de sus trabajos fueran demasiado graciosos, me da la sensación de que le echa ganas, no demasiadas, y creo que carece de talento. Pero lo importante es que me explico de forma matemática, como explicamos las matemáticas los que somos de letras, la construcción de un chiste, el típico resumen de tres pasos: el planteamiento, nudo y desenlace de toda la vida pero con otro nombre. El tío tenía una estrategia de trabajo perfecta en la cabeza, pero aún así sigue sin parecerme gracioso. Supongo que en parte se debe a que sus chistes, o planteamientos si hablamos de monólogos, son demasiado rígidos, tan estructurados que llegan a ser aburridos. Uno sabe cuando le está planteando algo aparentemente normal, para después girar hacia una parcela más extraña que sirve como campamento base, y finalmente soltar la frase que lo conecta todo, que relaciona lo normal con lo extraño y lo vuelve, de nuevo aparentemente, gracioso. No queda espacio para la incertidumbre. Desgraciadamente por fortuna la vida no es así, siempre llegamos tarde a cualquier sitio y nos vamos demasiado pronto, quedándonos con un humor basado en la mera situación desnuda, sin construcción, sin que nadie lo planee, porque simplemente sucede así.

Esto es lo que sucede básicamente en el cómic Ojalá te vaya bonito del noruego Bendik Kaltenborn, una antología de una de las voces más personales de los que hacen cómics pero viven al norte de Europa. Las historias de Bendik Kaltenborn, varían desde una simple viñeta a una tira, una página o varias de ellas, una extensión que presenta la misma heterogenia en los estilos artísticos, encontrándonos desde el simple garabato hasta el collage o un dibujo muy refinado, heredero de la mejor línea clara europea. Aunque claro, la propia variedad puede responder a la infinidad de la vida, pues aunque las historias de Bendik Kaltenborn tengan un regusto a realismo mágico están demasiado pegadas a la realidad cotidiana del occidente más gris como para poder catalogarlas de mágicas. Todo es tan malditamente realista que a veces cuesta clasificar su creación, ya que nos reímos a pesar de que no estamos claramente ante una obra de humor, del mismo modo que notamos cierta tensión interior, incluso angustia, sin que en ningún momento lo que está ante nuestros ojos pueda catalogarse como terror. Pero hay algo, algo que quizás no terminamos de entender pero que nos impacta. Es como ver un tumulto en la calle, acercarte y ver una pelea entre un mendigo y un hombre con traje, te quedas mirando un rato y te vas cuando la policía se lleva a los dos hombres. No sabes porque ha empezado la pelea ni como va a terminar, pero en cierto sentido te ha afectado.

Ojalá te vaya bonito es eso y mucho más, pues Bendik Kaltenborn no coloca sus reflexiones de forma abstracta, las ata a escenas cotidianas en el sentido más anodino, con hombres de negocio que fuman puros y familiares que te invitan a una taza de té, aunque siempre se puede dejar espacio para una serpiente que habla o unos gnomos que viven en unas flores. Cuando te terminas de leer Ojalá te vaya bonito no podrás hacer un resumen muy claro de lo que has visto, aunque sin embargo habrás reflexionado mucho sobre la vida. Quizás ese sea el mayor talento de Bendik Kaltenborn, coger la anarquía de la propia vida para darle la vuelta y de forma inesperada destilar algo de sensatez en mitad de un espanto que da risa y unas bromas que no tienen la más mínima gracia, porque al final la vida no entiende de esquemas o estructuras, y el objetivo del arte no deja de ser la propia vida.


@bartofg

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