Un conocido cómico nacional, con colaboraciones en radio y televisión,
sus actuaciones en monólogos y créditos como guionista me explicó una vez lo
que para él era un chiste. Nunca me ha parecido que ninguno de sus trabajos
fueran demasiado graciosos, me da la sensación de que le echa ganas, no
demasiadas, y creo que carece de talento. Pero lo importante es que me explico
de forma matemática, como explicamos las matemáticas los que somos de letras,
la construcción de un chiste, el típico resumen de tres pasos: el planteamiento,
nudo y desenlace de toda la vida pero con otro nombre. El tío tenía una
estrategia de trabajo perfecta en la cabeza, pero aún así sigue sin parecerme
gracioso. Supongo que en parte se debe a que sus chistes, o planteamientos si
hablamos de monólogos, son demasiado rígidos, tan estructurados que llegan a
ser aburridos. Uno sabe cuando le está planteando algo aparentemente normal,
para después girar hacia una parcela más extraña que sirve como campamento
base, y finalmente soltar la frase que lo conecta todo, que relaciona lo normal
con lo extraño y lo vuelve, de nuevo aparentemente, gracioso. No queda espacio
para la incertidumbre. Desgraciadamente por fortuna la vida no es así, siempre
llegamos tarde a cualquier sitio y nos vamos demasiado pronto, quedándonos con un
humor basado en la mera situación desnuda, sin construcción, sin que nadie lo
planee, porque simplemente sucede así.
Esto es lo que sucede básicamente en el cómic Ojalá te vaya bonito del noruego Bendik Kaltenborn, una antología
de una de las voces más personales de los que hacen cómics pero viven al norte
de Europa. Las historias de Bendik Kaltenborn, varían desde una simple viñeta a
una tira, una página o varias de ellas, una extensión que presenta la misma
heterogenia en los estilos artísticos, encontrándonos desde el simple garabato
hasta el collage o un dibujo muy refinado, heredero de la mejor línea clara
europea. Aunque claro, la propia variedad puede responder a la infinidad de la
vida, pues aunque las historias de Bendik Kaltenborn tengan un regusto a
realismo mágico están demasiado pegadas a la realidad cotidiana del occidente más
gris como para poder catalogarlas de mágicas. Todo es tan malditamente realista
que a veces cuesta clasificar su creación, ya que nos reímos a pesar de que no
estamos claramente ante una obra de humor, del mismo modo que notamos cierta
tensión interior, incluso angustia, sin que en ningún momento lo que está ante
nuestros ojos pueda catalogarse como terror. Pero hay algo, algo que quizás no
terminamos de entender pero que nos impacta. Es como ver un tumulto en la
calle, acercarte y ver una pelea entre un mendigo y un hombre con traje, te
quedas mirando un rato y te vas cuando la policía se lleva a los dos hombres.
No sabes porque ha empezado la pelea ni como va a terminar, pero en cierto
sentido te ha afectado.
Ojalá te vaya bonito es eso y
mucho más, pues Bendik Kaltenborn no coloca sus reflexiones de forma abstracta,
las ata a escenas cotidianas en el sentido más anodino, con hombres de negocio
que fuman puros y familiares que te invitan a una taza de té, aunque siempre se
puede dejar espacio para una serpiente que habla o unos gnomos que viven en
unas flores. Cuando te terminas de leer Ojalá
te vaya bonito no podrás hacer un resumen muy claro de lo que has visto,
aunque sin embargo habrás reflexionado mucho sobre la vida. Quizás ese sea el
mayor talento de Bendik Kaltenborn, coger la anarquía de la propia vida para
darle la vuelta y de forma inesperada destilar algo de sensatez en mitad de un
espanto que da risa y unas bromas que no tienen la más mínima gracia, porque al
final la vida no entiende de esquemas o estructuras, y el objetivo del arte no
deja de ser la propia vida.
@bartofg
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