Iron Man, uno de los
tantos personajes creados por Stan Lee para Marvel, parece que ha conseguido
obtener un puesto de referencia en las videotecas privadas de muchos cinéfilos,
aunque no todos seguidores del cómic. Para aquellos que no son tan aficionados
al mundo del cómic y menos aún a la editorial Marvel, la trilogía Iron Man ha
conseguido hacerse un hueco gracias a un primer título de presentación en el
que se muestra la procedencia del superhéroe, cómo se convierte en el lo que es
y una pequeña evolución del traje, para pasar a una segunda entrega en la que
el público está más familiarizado con la personalidad de Tony Stark y en la que
se aparecen nuevos personajes del Universo Marvel, convirtiendo al film en una
antesala para la que fuera la esperadísima Los
Vengadores (The Avengers, 2012),
pero al mismo tiempo manteniendo los toques de humor y acción que han hecho a
esta trilogía merecedora de tanto halago.
Centrándonos ahora en
su tercera entrega, podemos afirmar, aún más si cabe, que la relación
establecida entre Robert Downey Jr. y Tony Stark-Iron Man es tan perfecta que
parece que el papel es una especie de autobiografía del actor, es más, tras los
rumores de la salida del proyecto de Robert Downey Jr de Los Vengadores 2 se nos plantea la cuestión de ¿quién puede ocupar
el lugar de Robert como Iron Man? La primera respuesta parece ser un... ¿nadie?
Se ha llegado al punto de comparar la interpretación de Iron Man con la de
James Bond, un personaje con una personalidad tan definida que resulta un
martirio encontrar al actor que lo encarne sin salir escaldado por la feroz y
siempre crítica audiencia. Aunque en ocasiones tras una primera película
siempre suele apaciguarse.
Una de las
peculiaridades de Iron Man 3, desde
mi punto de vista, es que está más enfocada que sus predecesoras a un público
más infantil-juvenil, la figura del pequeño ayudante es posiblemente una de las
piezas claves junto con una serie de chistes de corte blanco y, claro está, las
escenas de acción. Otro de los puntos destacados en esta tercera entrega es que
se cuestiona el paradigma del superhéroe, alejándolo de una vertiente más sensiblera,
ya no hay indicios de una futura muerte por un mal funcionamiento del reactor y
su anexión al paladio o por alejar la metralla del corazón, ahora se cuestiona
la propia esencia del héroe como lo que es, se muestran sus limitaciones, sus
miedos y sus deseos.
También la verdadera
naturaleza del villano, encarnado por Sir Ben Kingsley, y no falto de humor,
pone en entredicho el papel de este rol dentro de la película y los pelos de
punta a los aficionados al cómic que han visto en este personaje una auténtica
pantomima de la figura de este supervillano. Por un lado, una posible respuesta
es la oficial, la de evitar referencias racistas y así poder estrenar la
película en el gigante chino, por otro lado, también puede ser una paradoja de
la estupidez que nos rodea, la falsedad y los rumores que se mueven en un
segundo plano que al final no son otra cosa que eso: una pantomima que oculta
cuestiones más serias.
En definitiva, si
tuviera que elegir, posiblemente me quedase con la primera entrega de Iron Man, aunque esta última ocuparía un
lugar muy próximo. La evolución del personaje de Tony Stark es digna de
mención, al igual que la relación con Pepper Potts, que, como la pimienta, está
en pequeñas dosis pero siempre acertadas, en exceso podría picar demasiado, a
lo que sumamos la actuación de Jon Favreau como Happy, alejado en esta entrega
de la dirección, y adicto a Downton Abbey.
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