El llamado torture porn es una
tendencia dentro del género de terror, muy viva sobre todo en el audiovisual,
consistente básicamente en la muestra explícita de la mayor de las violencias.
Este movimiento es del todo lógico en nuestra sociedad visual, donde no sólo
todo tiende a mostrarse con imágenes, sino que dichas imágenes tienden siempre
hacia su máximo exponente, vaciándose de significado pues el grado máximo
simplemente es, no aceptando variaciones o acotaciones. De este modo, la
pornografía no deja de ser sexo explícito mientras que el fx porn es un abuso de los efectos especiales, la fascinación de la
recreación de lo irreal; y el torture
porn se empeña en mostrarnos la ingeniería biológica humana, sin
preocuparse por el sufrimiento o la agonía, llegando incluso a alimentarla como
un aderezo más del mal. De este modo, se podría decir que el torture porn, que alcanza su máxima cota
con el snuff, no es malvado por sus
actos en sí, sino por la total carencia de empatía o piedad. La pulsión estópica
deja fuera la humanidad.
Así que el torture porn, la
máxima violencia física, no nos hace malvados, no nos añade una etiqueta más,
simplemente nos vacía, nos insensibiliza y nos convierte en autómatas. Lo que
demuestra que si realmente queremos debatir o teorizar sobre el mal, la
violencia no nos servirá, ya que simplemente anulará a las mentes pensantes.
Así que podemos utilizar los medios más inocuos, como por ejemplo un dibujo
infantil y carituresco, para tratar los temas más hondos y oscuros del ser
humano. Esto queda perfectamente demostrado con la obra Frank de Jim Woodring, una creación que ha habitado diversos medios
gráficos pero que por suerte ahora se encuentra editada en cuatro tomos, los
cuales recogen toda la sabiduría de su autor. Ahora sólo nos centraremos en el
primer tomo, que de forma homónima se titula Frank. Este volumen es ante todo difícil de clasificar, pues mezcla
algunas historias cortas, su principal ingrediente, con otros añadidos, desde
escritura automática hasta una colección de cromos, pero afortunadamente todo
gira sobre el mismo concepto, la génesis de la maldad.
Lo primero que nos puede llamar la atención de Frank es sin duda el dibujo de Jim Woodring, que se vale de un
estilo tan clásico como infantil, con pequeños virajes que van desde el cartoon
más vintage hasta otros registros que recuerdan a los grabados medievales o al
arte modernista, todo sin abandonar un éter naïf y aparentemente inofensivo.
Pero al igual que hacen otros autores, como Dave Cooper, el aspecto más
inocente puede esconder la más desagradable de las sorpresas. Frank, el
protagonista que da título a la obra, es una especie de animal antropomórfico
que habita el unifáctor, un mundo onírico y atemporal donde se cruza con
diversos seres que van desde Manhog, el marrano hombre; hasta Whim, un demonio
conocido como el antojo; o Pupshaw y Pushpaw, dos pequeñas criaturas mezcla de perro
y tostadora. Estas extrañas criaturas, y algunas más, se entrecruzan en una
serie de historias cortas donde Jim Woodring parece trabajar un humor muy
blanco, algunas veces cercano al slapstick propio de las películas de Chaplin o
Laurel y Hardy, donde los personajes, muchas veces tras un equívoco, terminan
como el rosario de la aurora.
Sin embargo, estos pequeños personajes no son precisamente inocentes, y
tras una muy superficial capa de humor encontramos un fondo de maldad que se
origina de la forma más realista, cobrando gran importancia en Frank conceptos como la identidad, la
moralidad o la venganza. Es curioso como Jim Woodring sabe comenzar una
historia como un pequeño juego inocente, que tras varios equívocos deviene en
una escalada violenta malsana. Podemos dedicar un especial interés al triangulo
formado por Frank, Manhog y Whim, que si bien funcionarían como el héroe, el
tonto y el malvado; realmente esconden una estructura más complicada en la que
cada uno tiene una historia anterior al propio cómic que le impide encontrar la
paz consigo mismo y con los demás. Frank es
prácticamente una obra de obligada lectura, pues es capaz de articular un
discurso complejo y lleno de matices sobre una presentación simple y accesible,
una obra de filosofía protagonizada por un cartoon que silba mientras pasea a
su extraña mascota.
@bartofg
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