Antes de comenzar el artículo de esta
semana, me gustaría disculparme ante todos los lectores por esta
prolongada ausencia del blog, debida a una conjunción de trabajo y
una ironía del destino. El sótano del primo Barto no es sólo una
metáfora, sino un lugar, pues este texto se escribía hasta ahora en
un auténtico sótano donde estaba situada mi biblioteca, un sótano
bonito, iluminado y sin telarañas. Desgraciadamente, el sótano
sufrió un pequeño incendio, sin el más mínimo daño personal.
Tras el fuego, lo primero que me preguntó mi padre fue un escueto:
“¿Y ahora cómo vas a escribir El sótano del primo Barto?”.
Mi biblioteca sigue en proceso de reestructuración, pero no quería
dejar de lado mi colaboración con este medio, por lo que desde un
emplazamiento refugiado continuamos con el horror más profundo.
Si
tuviera que elegir lo mejor del año 2012, que ya se está pudriendo
en su ataúd, me quedaría sin dudarlo en un segundo con dos obras:
Reproducción por Mitosis,
de Shintaro Kago, y Pudridero
de Johnny Ryan. Lo curioso es que las dos obras se caracterizan y
despuntan precisamente por lo contrario, el cómic de Ryan es una
exaltación a la brutalidad y la simpleza, mientras que Kago juega
con la sofisticación más desagradable de la experimentación, un
infernal horror vacui.
Sin embargo, no sólo de material nuevo nos ha provisto el 2012, pues
también hemos encontrado recuperaciones de obras clásicas que ahora
pueden ser disfrutadas y sufridas por nuevos lectores. Quizás el
caso más significativo, por la calidad de la obra, sea la edición
integral en un solo tomo del manga La sonrisa del vampiro
de Suehiro Maruo, un autor en el que ya nos paramos en los orígenes
de esta columna sobre horror en el cómic.
Sin
duda nos encontramos ante una de las principales obras de Maruo, sino
la mejor sin duda la más icónica. En La sonrisa del
vampiro podemos encontrar todos
esos elementos que han hecho tan característica la producción del
japonés, un autor que ha conseguido con acierto mezclar el horror
más descarnado y visceral del grand gignol
francés con una clase y un estilo cuidado al detalle. Maruo es capaz
de crear obras que podrían pasar por dulces señoritas inocentes de
piel pálida y mejillas rosadas que esconden gatos eviscerados en su
casa de muñecas del siglo XIX. Un ejercicio que demuestra que se
puede utilizar el gore en campos más amplios que el clásico
splatter o el más
actual torture porn.
Pero
al margen de la propuesta estética y filosófica de Maruo, La
sonrisa del vampiro es una obra
individual por si misma, con sus aciertos y errores. El tomo integral
aúna las dos partes en las que se divide la obra, con una primera
mitad mucho más brillante que la segunda, donde la adolescencia se
muestra como un paso en el que la inocencia va dando lugar al egoísmo
y la supervivencia más descarnada, donde incluso el amor no deja de
ser un sentimiento definido por contraposición, el cual debe ser
defendido incluso contra aquello que nos sustenta. Aunque la base del
relato no deja de ser una historia de iniciación de un joven
convertido en vampiro, la historia se va complicando añadiendo más
detalles e incluso subtramas, como la del joven pirómano o el payaso
pedófilo, que al final encuentran un final a la altura.
Desgraciadamente, aunque la segunda mitad mantiene la calidad
gráfica, no consigue el mismo resultado en cuanto a guión, y lo que
parece un deseo continuista por parte de Maruo, con un intento de
ampliar la mitología de sus vampiros, se queda reducido a un simple
epílogo con la misma duración que la obra madre.
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