jueves, 10 de enero de 2013

El sótano del primo Barto: La sangre etérea


Antes de comenzar el artículo de esta semana, me gustaría disculparme ante todos los lectores por esta prolongada ausencia del blog, debida a una conjunción de trabajo y una ironía del destino. El sótano del primo Barto no es sólo una metáfora, sino un lugar, pues este texto se escribía hasta ahora en un auténtico sótano donde estaba situada mi biblioteca, un sótano bonito, iluminado y sin telarañas. Desgraciadamente, el sótano sufrió un pequeño incendio, sin el más mínimo daño personal. Tras el fuego, lo primero que me preguntó mi padre fue un escueto: “¿Y ahora cómo vas a escribir El sótano del primo Barto?”. Mi biblioteca sigue en proceso de reestructuración, pero no quería dejar de lado mi colaboración con este medio, por lo que desde un emplazamiento refugiado continuamos con el horror más profundo.

Si tuviera que elegir lo mejor del año 2012, que ya se está pudriendo en su ataúd, me quedaría sin dudarlo en un segundo con dos obras: Reproducción por Mitosis, de Shintaro Kago, y Pudridero de Johnny Ryan. Lo curioso es que las dos obras se caracterizan y despuntan precisamente por lo contrario, el cómic de Ryan es una exaltación a la brutalidad y la simpleza, mientras que Kago juega con la sofisticación más desagradable de la experimentación, un infernal horror vacui. Sin embargo, no sólo de material nuevo nos ha provisto el 2012, pues también hemos encontrado recuperaciones de obras clásicas que ahora pueden ser disfrutadas y sufridas por nuevos lectores. Quizás el caso más significativo, por la calidad de la obra, sea la edición integral en un solo tomo del manga La sonrisa del vampiro de Suehiro Maruo, un autor en el que ya nos paramos en los orígenes de esta columna sobre horror en el cómic.

Sin duda nos encontramos ante una de las principales obras de Maruo, sino la mejor sin duda la más icónica. En La sonrisa del vampiro podemos encontrar todos esos elementos que han hecho tan característica la producción del japonés, un autor que ha conseguido con acierto mezclar el horror más descarnado y visceral del grand gignol francés con una clase y un estilo cuidado al detalle. Maruo es capaz de crear obras que podrían pasar por dulces señoritas inocentes de piel pálida y mejillas rosadas que esconden gatos eviscerados en su casa de muñecas del siglo XIX. Un ejercicio que demuestra que se puede utilizar el gore en campos más amplios que el clásico splatter o el más actual torture porn.

Pero al margen de la propuesta estética y filosófica de Maruo, La sonrisa del vampiro es una obra individual por si misma, con sus aciertos y errores. El tomo integral aúna las dos partes en las que se divide la obra, con una primera mitad mucho más brillante que la segunda, donde la adolescencia se muestra como un paso en el que la inocencia va dando lugar al egoísmo y la supervivencia más descarnada, donde incluso el amor no deja de ser un sentimiento definido por contraposición, el cual debe ser defendido incluso contra aquello que nos sustenta. Aunque la base del relato no deja de ser una historia de iniciación de un joven convertido en vampiro, la historia se va complicando añadiendo más detalles e incluso subtramas, como la del joven pirómano o el payaso pedófilo, que al final encuentran un final a la altura. Desgraciadamente, aunque la segunda mitad mantiene la calidad gráfica, no consigue el mismo resultado en cuanto a guión, y lo que parece un deseo continuista por parte de Maruo, con un intento de ampliar la mitología de sus vampiros, se queda reducido a un simple epílogo con la misma duración que la obra madre.


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