jueves, 31 de mayo de 2012

El sótano del primo Barto: El último en salir

La semana pasada hablamos sobre el horror primigenio y básico defendido por autores como Lovecraft, aunque es evidente que dicho terror se puede matizar, ampliándose y reduciéndose. El famoso ejemplo de Lovecraft, el paseo nocturno por un bosque apartado, es fácilmente modificable gracias a la propia naturaleza social del ser humano. Es evidente que si dicho paseo lo realizamos solo, el terror estará presente de forma inequívoca. Pero si por el contrario, formamos parte de un grupo de personas, tenemos dos posibilidades: o la compañía anula el miedo o lo agudiza. Muchas veces hemos vivido entre risas una situación acompañados de unos amigos, que en soledad hubiera sido angustiosa. Del mismo modo que numerosas veces una situación normal toma un cariz aterrador cuando el miedo se expande como un virus contagioso y violento.

La propia compañía es una catalizador de las emociones, disparándolas hacia todas las coordenadas posibles. Sin embargo, no debemos olvidar, que aunque entre todos nos aumentemos el miedo, la mera compañía es un bálsamo, ya sea por la sensación de protección o por el consuelo de no sufrir en soledad. Pues aunque la expansión del miedo entre individuos pueda aumentar la histeria, solo en soledad podemos vivir el horror más puro, donde la simpleza se vuelve de dimensiones inconmensurables y el terror raya la locura. No es de extrañar por esto, que la mayoría de los protagonistas de Lovecraft sufrieran sus aventuras en solitario.

La simple soledad puede ser considerada fuente de horror, además de contar con el añadido de que al no existir fuente de la angustia más allá de la propia carencia de interacción con otros individuos. Nos encontramos ante un horror perfecto en el que no existen monstruos o peligros más allá de nosotros mismos y nuestro propio aislamiento. Podemos encontrar esta reflexión en el cómic Entre las sombras de Arnaud Boutle. A primera vista, la obra del autor francés podría englobarse dentro del género apocalíptico, sin mayor trascendencia. Pero nos encontramos con una serie de aciertos que elevan la obra un peldaño por encima de la media. El propio apocalipsis presentado por Arnaud Boutle se despega del grueso de los tópicos al centrarse en una especie de explosión natural que ha dejado una gran ciudad europea convertida en una selva donde solo queda un hombre solitario, que trata de llevar poco a poco su día a día.

El lector no conoce ni los motivos de ese fin del mundo ni la causa de la supervivencia del protagonista, que no tiene más problemas que encontrar comida y refugio. Lo mejor de Entre las sombras es la progresión mental de su héroe, que poco a poco va cayendo en una locura agónica al mezclarse su soledad con los recuerdos del pasado. Quizás, aunque esto sea un acierto, por sobredimensión, desperdicia parte de su valor, ya que Arnaud Boutle se pierde en una serie de flashbacks que no aportan demasiado a la historia y la anclan en clichés demasiado manidos, empleados quizás para atar a un lector menos experimentado.

Otro fallo de la obra es sin duda el final de la misma, ya que pasamos de una evolución lógica e interesante del protagonista a un giro final gratuito e ilógico al servicio del final feliz, o al menos optimista. Sin ninguna duda, Entre las sombras cuenta con más aciertos que fallos, lo que sitúa el cómic de Arnaud Boutle en una buena posición, tanto por su valor en si mismo como posible punta de lanza para otros autores que quieran explorar realmente y sin concesiones la verdadera angustia y horror de la soledad sin paliativos.


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