jueves, 1 de marzo de 2012

El sótano del primo Barto: miedo mudo en 2d

Cuando estrenamos está columna, dejamos claros que nos íbamos a dedicar por entero al género del horror dentro de la historieta, especificando que entendíamos el horror, o terror, como un género construido a partir de elementos reconocibles histórica y culturalmente. Estos elementos surgen de lo más profundo del imaginario colectivo, básicamente de lo que ya señaló Lovecraft: el miedo a lo desconocido, preguntas cómo qué pasa después de la muerte o que se oculta tras la oscuridad, o a la puesta en duda de nuestra realidad, quebrando todo aquello que se da por incuestionable y permite vivir una vida ajena a la agonía existencial.

Evidentemente, estos temas solo pueden producir obras que provoquen desazón y malestar en su consumidor, no es agradable enfrentarse a algo que directamente convulsiona tu tranquilidad diaria. Bien, aquí nos enfrentamos a un dilema, ya que primero defendimos que el horror se definía por elementos, al margen de su efecto en el consumidor, mientras que ahora exponemos que dichos elementos se basan en una tradición fundamentada en el propio efecto sobre la audiencia. ¿Cómo explicamos este problema? Con la mejor excusa que existe, exponiendo tranquilamente que nos encontramos ante una paradoja, algo que sin problemas podríamos definir como una ironía postmoderna.

El horror más clásico, en su acepción histórica, se construía con elementos ficcionales que eran asimilados por la población como ciertos. Un ciudadano medio de la Europa Medieval no se planteaba que una historia sobre fantasmas o demonios podía suponer una ruptura con su mundo real, sino que veía esas criaturas como existentes, como una amenaza concreta contra su persona. De este modo, ese ser humano podía percibir ese relato de horror como una amenaza, algo que sirviera para mantenerse alerta.

Evidentemente, a día de hoy, el valor de advertencia de una obra de terror se ha perdido totalmente, ya que difícilmente encontraremos a mucha gente con un miedo real a que mientras duerme unos demonios le arrastren al infierno. A día de hoy, la amenaza se fundamenta en dos géneros que han tomado elementos formales del horror: el thriller y la ciencia-ficción. El thriller ha cambiado lo sobrenatural por lo mundano, el demonio por el asesino del cuchillo; mientras que la ciencia-ficción ha tecnificado el horror, cambiando al vampiro por los hombrecitos grises, quienes vienen de noche y te llevan a su nave para jugar contigo.

¿Qué ha pasado mientras tanto con el horror? Pues que ha buscado otros caminos, sus elementos clásicos se han vaciado de sus efectos y se han mezclado con otros géneros. El miedo a la muerte se ha mezclado con la ciencia-ficción dando lugar al subgénero de los muertos vivientes, en el que el propio hombre rompe de la forma más atroz la frontera del óbito. Por citar solo otro ejemplo, los elementos del terror se han mezclado con la aventura o el humor, descontextualizando dichos componentes.

Estas nuevas acepciones del horror la encontramos en obras como Spawn de Todd Mcfarlane, donde absolutamente todos los elementos están tomados del género de terror, con pinceladas superheroicas, aunque evidentemente, dicha obra no causa el más mínimo temor en sus lectores. Del mismo modo, obras que no son propiamente del género, como Bone de Jeff Smith, cuentan con pasajes concretos donde el autor es capaz de crear una sensación terrorífica totalmente pura, aunque el resto de la obra pertenezca a otro género, como la fantasía heroica en el caso de Bones.

Todo esto se puede resumir en que hemos jugado tanto con los elementos, estirado y recortado hasta tal punto que hemos conseguido desligar, por paradójico que parezca, el género de horror del miedo. Ciertamente, son muchas las obras que siguen conjugando un efecto concreto gracias a componentes clásicos, pero también son muchas las que cuentan sus propias historias, con los más diversos efectos, sin abandonar formalmente el propio género de terror. 


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