José Domingo, miembro del colectivo Polaqia es uno de esos autores que opta por la diversidad en su
obra. Publica historias cortas en la
revista Barsowia desde el año 2006.
Ha trabajado como dibujante de Story boards y diseñador de personajes para el
estudio de animación Dygra donde coincide con David Rubín. Aunque publica su
primera obra Cuimhne (2008) en Dolmen
con guion de Kike Benlloch. Y finalmente publica El gran Flaffy (Altercomics), para ser publicados en dispositivos móviles
y el cómic que hoy nos ocupa Aventuras deun oficinista japonés (Bang Ediciones).
El último comic publicado por este autor es una de esas
pequeñas joyas del noveno arte que corre riesgo de pasar desapercibidas entre
la cantidad de títulos que se publican en la actualidad, y es que en Aventuras de un oficinista japonés la fuerza
narrativa recae por completo en el dibujo, ya que al igual que su obra anterior
esta carece de texto. Durante la lectura del mismo nos encontramos en medio de
un gran plano secuencia de poco más de 100 páginas en las que se nos narran las
aventuras de un oficinista japonés desde que sale de la oficina hasta que llega
a su casa. El autor se decide para ello por utilizar 2x2 viñetas por página y
servirse de la perspectiva isométrica para mover al personaje protagonista.
Las viñetas están repletas de matices, sin llegar a ser
un libro de Wally, hasta el punto de la necesidad de una sola lectura para
descubrir todo aquello que condiciona las aventuras del protagonista. Para el
desarrollo de esta historia el autor se vale de pervertir el estereotipo de
oficinista japonés que puede ser considerado como una persona aburrida cuyo
único objetivo en la vida es trabajar y llegar a casa tras un duro día de
oficina, sin más. Sin embargo en este cómic sucede todo lo contrario, la
aventura de este hombre empieza en la gran ciudad nada más salir de su lugar de
trabajo inhala los humos de una industria bioquímica y se convierte en un
superhombre.
A partir de ahí este se verá envuelto en un tour de forcé en el que el oficinista
asume con toda naturalidad las aventuras que le ha tocado vivir sin ningún tipo
de complejo en una a aventura que por momentos nos recuerda Tiempos modernos (1936) de Charles
Chaplin, otro texto que apoyado en el silencio recurre a todos los elementos de
la imagen disponibles para crear una narrativa sólida. En este camino nos
encontraremos con muchísimos elementos de la cultura japonesa y también oriental:
desde yokai hasta yetis, pasando por millonarios excéntricos, cazadores
furtivos, sectas satánicas, traficantes de órganos y un infierno en el que nos
encontramos al dibujante, y a sus compañeros de estudio entre los que se
encuentra David Rubín.
Todo para narrarnos una historia que tiene poco de
convencional y que nos remite a los lugares comunes de nuestra mente para crear
unos espacios completamente habitables y
transitables para un lector, al menos en mi caso, se cambiaría por el
protagonista en mas de una ocasión.
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