A veces lo más difícil es saber contar
las cosas sencillas de la vida y que parezca que se ha hecho sin querer,
explicando el día a día de personajes y que nada sea forzado más allá de la gramática
visual. Posiblemente los tiempos actuales de crisis económica y social
acompañen más que nunca en ese devenir de tramas sencillas en la que los
pequeños detalles y las pequeñas lecciones que nos da el deambular por la vida
sin la seguridad alguna hacia un apocalipsis a cámara lenta, son la mejor de
las musas que pueden encontrar los narradores en nuestros tiempos.
Precisamente ese es el cuento que nos
narran Sebastián Cabot y Joan March en Perros
y clarinetes (La Cúpula, 2013), que empieza con un acto tan sencillo, y tan
tristemente habitual en los tiempos en que vivimos como el de ir a una oficina
de empleo a pedir un subsidio de desempleo. Es decir, Nicolás, nuestro
protagonista, es uno de esos seres que en poco tiempo se queda sin trabajo y
sin novia. A pesar de ese mal comienzo de la historia no estamos ante un drama
y tampoco ante una comedia se trata de un relato en el que brilla el retrato de
la cotidianeidad, ni un comienzo ni un final de época. Se trata de un relato que se puede enmarcar dentro de un costumbrismo urbanita poblado por personajes que rondan la treintena y que en cierta manera están sufriendo las consecuencias de haber alargado demasiado la adolescencia.
Pero si por algo brilla este relato es por
la capacidad de transmitir y mostrar las experiencias de Nicolás sin la
necesidad de magnificarlas y de rechazar por completo las hechuras del drama en
favor de una narración de hechos. Ahí entra en juego Jas, el perro que le
regala su exnovia lo cual demuestra que no todas las separaciones son traumáticas,
y su instinto, que no deja de ser un rechazo a las convenciones sociales a la
hora de relacionarse, este entrará en la vida de Nicolás siendo un perro, sin
más. Un animal en su versión más vulgar será la excusa perfecta para que Nicolás
establezca relaciones con personas ajenas a su círculo más cercano.
Otro aspecto del relato es el carácter
buenista de la sociedad, el protagonista apenas tiene dos conflictos a lo largo
de la historia: uno, de carácter dialéctico con la funcionaria de la oficina de
empleo; y otro con un vecino del mismo bloque en el que vive Nicolás, y en este
si se llega a las manos. Es en contraposición a este personaje, y de un
excompañero de estudios que ha triunfado en la vida, que se define Nicolás. El
primero de estos es el típico arrogante que se considera un conquistador,
aunque tenga toda la pinta de depredador; de esos que se considera a sí mismo
un macho alpha y que trata de manera condescendiente al protagonista el segundo
es un triunfador de la vida que valora sus éxitos en función de la nómina. Nicolás
surge como un modelo opuesto a estos seres opulentos que tratan de medir su vida
en función de valores numéricos. El relato más que una crítica a los valores
que defienden estos dos personajes es más bien un “que me importa” a la forma
de entender la validez moral y social de estos defensores de la sociedad
puramente materialista.
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