Si
la semana pasada hablábamos sobre una película de cine que había sido adaptada
al cómic, el caso que nos ocupa es mucho más complejo y su evolución mucho más
amplia hasta llegar del cómic al cine. El
Llanero Solitario fue creado para una emisora de Detroit por George W.
Trendle y el guionista Fran Striker en 1933. Para conformar la identidad del
personaje sus autores recurrieron a las populares aventuras de El Zorro o el mítico Robin Hood, ambos eran personajes icónicos
de la lucha del bien contra el mal y la defensa de los más débiles y todo ello
enmarcado en un momento tan importante como era La Gran Depresión estadounidense, de ahí el éxito de la serie radiofónica.
La sociedad sentía una especial conexión aunque fuera ficticia.
El
salto al formato cómic no se hizo esperar y en 1938 ya se podían encontrar las
primeras tiras en prensa con las aventuras del héroe enmascarado y décadas más
tarde su propia serie de televisión o novelas populares, pero, parece ser que
no ha sido hasta ahora cuando El Llanero
Solitario ha dado el gran salto a la gran pantalla, y nunca mejor dicho,
aunque sin olvidar La leyenda del Llanero
Solitario (1981) de William A. Fraker, que tampoco corrió mejor suerte.
Desde
antes de su estreno en salas la película
ha estado envuelta en un halo de escepticismo que la crítica estadounidense rápidamente
se ha encargado de erradicar de raíz atacando duramente por todos y cada uno de
los posibles frentes, destacando la consideración del film como una auténtica
blasfemia del mítico héroe y de la propia historia de los Estados Unidos.
Pero
vayamos por pasos, si bien es cierto que el combo Gore Verbinski a la dirección, Johnny Depp en la
interpretación y Jerry Bruckheimer a la producción han dado unos beneficios
astronómicos a Disney y parecían una combinación perfecta para seguir
explotando la gallina de los huevos de oro, el cambio de ambientación no les ha
traído la misma suerte que las aguas tranquilas y cristalinas del Caribe pese a
que, desde mi punto de vista, no es para nada una mala película, si tenemos en
cuenta la cantidad de referencias cinematográficas que podemos encontrar en
ella y la magistral dirección de la escena final por la que merece esperar
sentado en la sala.
Las
primeras escenas de la película son de una belleza admirables y recrean a la
perfección la California de los años 30, introduciendo aquí un juego al que el
espectador tiene que estar dispuesto a jugar o automáticamente será imposible
para él adentrarse en la reconstrucción del mito. Una de las cuestiones con las
que la crítica oriunda ha sido menos
condescendiente, por llamarlo así, es que el histrionismo de la película deja
un tanto mal parados a los estadounidenses no nativos donde la construcción del
ferrocarril, símbolo por excelencia del progreso de este país, está en manos de
un mezquino, donde los aborígenes son tratados de una forma repulsiva (como si
no fuera parte de la propia historia local) al igual que los chinos usados como
mano de obra barata, a lo que se le suma un héroe alejado de las concepciones
primigenias, en cierto modo, y a un ayudante que no deja de ser una copia de
Jack Sparrow, motivos suficientes para que la crítica autóctona entre en cólera
pero que para el público exterior sea, en parte, todo un festín audiovisual.
Son
muchos los que se han quejado de su duración pero puede que merezca la pena
esperar para ver la escena final, un fin de fiesta que no deja a nadie
indiferente y donde el homenaje se cierra con brillantez, chistes incluidos.
Aunque Armie Hammer no sea un acierto, el estrambótico Depp se encuentre más
que encasillado y el papel de Helena Bonham Carter no esté bien amortizado
merece la pena adentrarse en la película y disfrutar de ella.
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