jueves, 30 de agosto de 2012

El sótano del primo Barto: Agria melancolía

Las dos primeras obras que leí de Neil Gaiman y Dave McKean fueron Violent Cases y Mr. Punch, una detrás de otra, no podía ser de otra forma debido a lo fascinante de su trabajo. Ni siquiera sé cual leí primero, solo sé eso, que una me maravilló y me lancé de lleno a la otra. Sin embargo, para mi desgracia no he vuelto a leer nada de dichos autores que se acerque al nivel de los dos cómics mencionados. Esto no lo digo porque el resto de su producción, ya sea en conjunto o separados, sea mala, sino que resultan inferiores de forma ofensiva si las comparamos con estas dos primeras obras magistrales tanto por su guión como apartado artístico.

Con posteridad, los dos autores han trabajado de diversas maneras el género de terror o fantástico, incluso la obra Sandman de Neil Gaiman es considerada por mucho como una de las mejores obras de la pasada década de los noventa. Sin embargo, ninguna se acerca a las cotas de Violent Cases y Mr. Punch, unos cómics en los que lo fantástico y lo tenebroso se tocan de forma tangencial pero con una rotundidad tan certera que no podemos más que colocarlas en un altar. Los dos cómics comparten esa base del horror que tantas veces hemos comentado aquí, las experiencias traumáticas durante la infancia, lo que provoca que actos desde el punto de vista adulto en apariencia normales se conviertan en horrores casi innombrables.

En el caso de Mr. Punch asistimos a una revisitación de la historia de títeres más clásica de toda Europa en su versión anglosajona, mientras que el caso de Violent Cases es aún más liviano, ya que a la propia infancia se le añade el valor de la propia memoria, pasando esos recuerdos de la niñez por una reflexión adulta que trata de reconstruir algo que quizás no llegó a suceder. Lo más curioso de los casos de Mr. Punch y Violent Cases es que los guiones de Neil Gaiman son bastante livianos, huyendo de complejas estructuras llenas de personajes complejos, giros inesperados o siquiera un final de infarto. En su lugar, Neil Gaiman selecciona con cuidado unas pinceladas concretas para crear un escenario único que tras su lectura provoca más una sensación de experiencia compartida que la sensación de haber sido espectador de una historia. El trabajo gráfico de Dave McKean apoya esta tendencia de los guiones con un dibujo que en lugar de buscar un realismo fotográfico, o si quiera aritmético, el artista opta por un estilo más psicológico y una narrativa más emocional al servicio de la historia.

Es cierto que Neil Gaiman y Dave McKean han creado otras obras que podrían entrar más de lleno en el género de horror, como su fantástico cómic ambientado en el universo de Hellraiser, creado por el novelista Clive Baker. Pero estas dos obras señaladas poseen la magia de esos textos que en lugar de atacar a la yugular acarician con suavidad el dorso de una mano, que en lugar de intentar horrorizar al lector le trasportan a sus propios recuerdos de niñez, cuando el horror era real y estaba presente en el día a día, algo que con el paso de los tiempos se va difuminando, asustándonos cada vez menos a medida que se rompe nuestra unión con el mundo mágico.



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