Si volvemos nuestra tétrica mirada
hacia el horror más clásico, entendido como el terror gótico, nos
daremos que gran parte de dicha producción se centra en las llamadas
historias de monstruos, ya sean estos los típicos vampiros u otras
criaturas de la noche como golems o aparecidos. A día de hoy, los
monstruos siguen copando un enorme porcentaje de la producción
terrorífica, en la que las víctimas se ven perseguidas por entes no
humanos. Evidentemente, dentro de esta tendencia también encontramos
pequeñas divisiones, marcadas en mayor medida por el tipo de
criatura.
Las dos criaturas que continuamente se
disputan el trono del horror son los vampiros y los muertos
vivientes, llegando incluso a producirse olas en la cultura popular,
con épocas en la que una de las dos criaturas predomina sobre la
otra. Esto no quita para la existencia del resto de criaturas, que
luchan por su parcela a la hora de descuartizar humanos. Quizás la
tercera en importancia, omitiendo al monstruo de Frankenstein como
criatura única, sea el hombre lobo, un monstruo con presencia
innegable dentro de la producción cultural, pero que nunca ha
conseguido sobresalir por encima de sus dos competidores.
Quizás, el problema del hombre lobo se
encuentre en que es una criatura tremendamente icónica pero conocida
solo ha nivel superficial. El origen tanto del vampiro como del
muerto viviente, o zombie, y el hombre lobo se pierden en los
primeros días del hombre. El vampiro y el muerto viviente tienen su
nacimiento en el miedo más profundo que existe, la muerte, y en uno
de sus mayores tabús, la negación de dicha muerte. Si investigamos
los orígenes de ambas criaturas, especialmente en su origen eslavo,
veremos como en un principio no existía diferencia entre un vampiro
y un muerto viviente estándar. Evidentemente, esto cambió con la
publicación de Dárcula de
Bram Stoker y el estreno de La noche de los muertos
vivientes de George A. Romero,
quienes sentaron unas bases inamovibles de lo que era un vampiro y un
zombie, por mucho que gente como Stephenie Meyer se empeñe en llamar
con el mismo nombre a otras cosas.
El
caso del hombre lobo es un poco diferente, ya que tiene una historia
tan rica como la de sus terroríficos compañeros, pero carece de una
obra única unificadora, algo tan necesario a día de hoy, a partir
de la cual se focalicen los distintos tratamientos sobre la criatura.
El hombre lobo nos habla de la pulsión animal que late dentro de
todos nosotros, mientras el retornado de la muerte es un ser mórbido
movido por la pasión de lo prohibido, el hombre lobo es una criatura
más viva que el ser humano que le acoge, es una explosión directa
de acción y movimiento, visceral y sangrienta.
En
todo caso, si tuviéramos que elegir un posible texto de anclaje para
definir el hombre lobo, este sería las películas de la criatura
realizadas por la Universal en los años 30 del pasado siglo, en las
que el actor Lon Cheney Jr. ancló en gran medida lo que debería
entenderse por un hombre lobo. Esa figura de un hombre paseando por
un pantano con la ropa destrozada, el cuerpo cubierto de pelo y unos
rasgos animales, se ha convertido en el principal icono del hombre
lobo, pero para nada ha conseguido ser tan hegemónico como el Conde
Vlad Tepes.
Durante
los siguientes artículos echaremos un vistazo a la representación
que ha tenido el hombre lobo, el hombre bestia, en el cómic, desde
sus vertientes más clásicas y folklóricas a las más modernas,
todo sin perder de vista nunca el calendario lunar, evitando salir
tras la puesta de sol durante las noches más iluminadas.
El día del lobo, de Yôji Fukuyama
Comparto plenamente el artículo, y me ha hecho mucha gracia la referencia a las criaturas que brillan :)
ResponderEliminarA mí Kirkman me encanta, y éste, como Invincible, son de los productos más frescos del género superheroico
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